Todavía hoy nuestros mayores recuerdan aquellas caleras que años atrás se prendían en diversos parajes con abundancia de piedra caliza, especialmente próximos a la Foz de Burgui ya que el continuo desprendimiento de sus rocas almacenaba buenas cantidades de este tipo de piedra.
En los últimos años eran las propias familias necesitadas de cal para la construcción o encalado de sus viviendas las que llevaban a cabo la construcción y encendido de caleras, hasta obtener la carga suficiente para cubrir sus necesidades.
Sin embargo, también existía la figura del calero, quien se encargaba de fabricar la cal para su posterior comercialización a los vecinos de la localidad que la demandaran, generalmente en pequeñas cantidades y para usos muy concretos.
Uno de los últimos caleros de Burgui fue Pablo Lacasia Gárate (1883 – 1986). A través de sus anotaciones conocemos las ventas realizadas a numerosos vecinos, distinguiendo entre “cal blanca” o “cal negra” en función del color del tipo de piedra caliza empleada.
Asimismo, se sabe que la cal se vendía empleando la medida de “robos” y “budines”, recipientes de madera que se rellenaban total o parcialmente de piedras como medida de la venta efectuada.