La forma de obtener la cal consistía en la cocción de piedras calizas en hornos.

Por lo general, un horno de cal -o calera- era una pequeña estructura de mampostería refractaria con una boca de carga y una bóveda interior constituida por piedras calizas colocadas ordenadamente y a la que se prendía fuego una vez cargada de fajos de leña a modo de combustible.

La orografía del valle de Roncal permitía que las caleras, a diferencia de otros lugares, se construyesen contra un talud o ribazo, lo que favorecía su carga y su vaciado por parte del calero.

Los últimos caleros

Todavía hoy nuestros mayores recuerdan aquellas caleras que años atrás se prendían en diversos parajes con abundancia de piedra caliza, especialmente próximos a la Foz de Burgui ya que el continuo desprendimiento de sus rocas almacenaba buenas cantidades de este tipo de piedra.

En los últimos años eran las propias familias necesitadas de cal para la construcción o encalado de sus viviendas las que llevaban a cabo la construcción y encendido de caleras, hasta obtener la carga suficiente para cubrir sus necesidades.

Sin embargo, también existía la figura del calero, quien se encargaba de fabricar la cal para su posterior comercialización a los vecinos de la localidad que la demandaran, generalmente en pequeñas cantidades y para usos muy concretos.

Uno de los últimos caleros de Burgui fue Pablo Lacasia Gárate (1883 – 1986). A través de sus anotaciones conocemos las ventas realizadas a numerosos vecinos, distinguiendo entre “cal blanca” o “cal negra” en función del color del tipo de piedra caliza empleada.

Asimismo, se sabe que la cal se vendía empleando la medida de “robos” y “budines”, recipientes de madera que se rellenaban total o parcialmente de piedras como medida de la venta efectuada.

Construcción de una calera

Elaborar la cal, o hacer una calera, era un trabajo duro que requería mucha dedicación. Primeramente se hacía un agujero circular en la tierra, a golpe de pico, aprovechando la pendiente de un ribazo.

A continuación se construía una pequeña pared a modo de repisa sobre la que se iban colocando las piedras calizas que previamente se habían acarreado hasta allí con las caballerías. Poco a poco, piedra a piedra, hilera a hilera, se levantaban las paredes formando una falsa bóveda interior cuya seguridad no estaba garantizada hasta el cierre total de la misma.

A partir de ese momento se iban colocando encima el resto de las piedras hasta obtener una cúpula con la altura deseada y respetando un hueco a modo de boca o puerta para los trabajos de carga y vaciado. Una vez preparada, era el momento de encenderla.

La base de la estructura, bajo la repisa sobre la que empezaba la colocación de las piedras, se denominaba cenicero, por ser la zona en la que se prendía fuego y se acumulaban las brasas y las cenizas generadas en el proceso.

El calero, a través de la boca del horno, cargaba el interior con manojos de ollagas, preferentemente, o de bojes y se le prendía fuego a primera hora de la mañana con el fin de disponer de todo el día para controlar el fuego y llevar la cocción de la piedra a su punto ideal. La acción continuada del fuego conseguía que las piedras calizas desprendiesen toda su humedad, a la vez que el anhídrido carbónico que despedían se convertía en óxido de cal, que es lo que llamamos “cal viva”.

Para ello se requería que el calero estuviera alimentando el fuego de la calera durante tres días, con sus respectivas noches, de forma ininterrumpida.

Cuando las piedras se ponían al rojo vivo, e incluso las llamas del fuego asomaban por el exterior de la cúpula, significaba que el horno había alcanzado ya la temperatura de 900 ó 1000 grados, siendo los ideales para la cocción.

El color blanco posterior de las piedras indicaba que el proceso de calcinación había culminado.

Llegado ese momento se cerraba la boca del horno con losas de piedra o tajas de tierra, así como cualquier respiradero, y se dejaba enfriar lentamente durante dos o tres días.

Finalizaba el proceso retirando todas y cada una de las piedras de la estructura, que muchas veces se venía abajo durante este periodo de enfriamiento.

Al introducir las piedras calcinadas en agua el contacto entre ambos elementos hace que la piedra caliza se desintegre formando una pasta o “cal apagada”.

Usos de la cal

Las construcciones se hacían a base de morteros de cal mezclada con arena.

Con ella se blanqueaban las paredes de la casa, tanto las del exterior como las del interior. En el valle de Roncal, las portaladas de las casas y los contornos de las ventanas se blanqueaban con cal para localizar los huecos de las casas por la noche, cuando no había luz eléctrica.

En la agricultura se empleaba para abonar y enmendar los campos.

La cal servía también para desinfectar las cuadras y pocilgas.

Con ella se desparasitaban los animales y los árboles frutales.

Los médicos recetaban agua de cal con fines muy concretos.

Reconstrucción de la calera

Durante el verano de 2005, y gracias al trabajo voluntario y desinteresado de numerosos vecinos de Burgui, se llevó a cabo la construcción de esta calera en el mismo sitio en el que antiguamente se ubicaba otra calera.

De hecho, se localizaron enterradas numerosas piedras que pertenecían a la estructura exterior de la calera.

Toda la piedra caliza empleada para la construcción de la bóveda procede de la Foz de Burgui.

Por medio de esta recreación, queremos rendir homenaje a todos aquellos antepasados que se dedicaron a la obtención de la cal a través de este laborioso proceso.