El lavado de la ropa, con todo el proceso que ello implica, es una práctica antiquísima que se hacía allá donde hubiese una vivienda habitada. De ello se ocupaban tradicionalmente las mujeres, y el río era el escenario habitual de una tarea que ellas la convertían en un acto social.

Las aguas del río Ezka a su paso por Burgui, desde la presa del molino hasta un poco más abajo del puente, eran
ese lugar en donde las lavanderas se enfrentaban a la suciedad de la ropa y a las gélidas temperaturas del agua en la que enjabonaban y aclaraban. Labor dura, que ellas la hacían mucho más llevadera con sus tertulias, con sus canciones, con sus confidencias, o simplemente esperando el paso de los almadieros.

El lavado de la ropa

El lavado de la ropa, con todo el proceso que ello implica, es una práctica antiquísima que se hacía allá donde hubiese una vivienda habitada. De ello se ocupaban tradicionalmente las mujeres, y el río era el escenario habitual de una tarea que ellas la convertían en un acto social.

Las aguas del río Ezka a su paso por Burgui, desde la presa del molino hasta un poco más abajo del puente, eran ese lugar en donde las lavanderas se enfrentaban a la suciedad de la ropa y a las gélidas temperaturas del agua en la que enjabonaban y aclaraban. Labor dura, que ellas la hacían mucho más llevadera con sus tertulias, con sus canciones, con sus confidencias, o simplemente esperando el paso de los almadieros.

La colada

La acción de lavar se completaba posteriormente en casa con la colada, que venía a ser la acción de blanquear la ropa colándola con ceniza y agua bien caliente. Se hacía esto introduciéndola en una comporta de mimbre (anteriormente de madera, y posteriormente de cinc), colocada sobre una escurridera, y una vez llena de ropa, cubierta por encima con un paño sobre el que se colocaba la ceniza.

El uso de la ceniza para blanquear es una técnica que se ha usado durante siglos y tiene una explicación: Al verter el agua caliente sobre la ceniza, lo que hace es arrancarle a esta, mediante la disolución, los carbonatos de sodio y de potasio, y colarlos por el lienzo (de ahí el nombre de colada) e ir extendiéndolos por toda la ropa.

Todavía hoy no se ha descubierto ningún producto ni lejía que llegue a igualar el efecto blanqueador de aquella técnica de nuestras abuelas.

Recuerdo y homenaje

Ya no vemos a las lavanderas frotando en el río, escurriendo las prendas, retorciendo las sábanas…; ni las vemos cargadas cruzando el puente con aquellos pesados baldes cargados de ropa mojada; ya no vemos aquellas manos moradas por el frío, o quemadas por la sosa del jabón.

Se nos fueron para siempre aquellas generaciones de sufridas mujeres a las que hoy, desde la comodidad de la vida actual, reconocemos el mérito su trabajo, y nos descubrimos ante su capacidad de sacrificio.