De víspera las amas de casa preparaban la masada, es decir, amasaban la harina. Al día siguiente, antes del alba, pasaba la hornera por las calles dando varios avisos. El primero era para que encendieran el fuego, el segundo para que calentaran el agua y el tercero para bajar a cocer el pan.
El ama de casa bajaba la masa envuelta en un mantasco para protegerla del frío y del aire. En el horno había varias mesas corridas y allí las mujeres preparaban cada una su hornada. Para poder reconocerlas después, hacían en las masas de panes y tortas diferentes marcas (rayas, cruces, pellizcos etc.) que todas conocían.
La hornera, que ya tenía bien barrido con matas de boj el suelo del horno, alimentaba la lumbre, y, por medio de palas de diversos tamaños, iba depositando los distintos moldes de masa en el horno.
La propia hornera los sacaba después cocidos, y cada dueña volvía a casa con su capazo a la cabeza lleno de hogazas, y con una cesta con tortas azucaradas e, incluso, algún muñeco o figurilla para los niños.
Para retribuir a la hornera en el año 1643 se establecía que se le haya de dar una libra de pan en masa por cada robo de la especie que fuere.
Además se exigía vender el pan que produjeran esas raciones de masa que había percibido al mismo precio que el de la panadería.